-Encaprichada -la corrigió él.
-Pues a mí me ha dado pena.
-No tiene por qué dártela.
-Podrías haber sido más... -Miley se mordió la lengua. -¿Amable?
-Sí.
-¿Has oído alguna vez eso de cortar por lo sano? -le dijo él con cierta brusquedad-. A veces es lo mejor.
Ella se enojó consigo misma al ver que estaban discutiendo y enturbiando lo que podría ser un día maravilloso.
-Lo siento -murmuró-. No es asunto mío si quieres poner fin a la relación...
-No hay relación alguna a la que poner fin -se paró de golpe y la agarró por los hombros sin suavidad alguna. Entonces la miró a los ojos y dijo con calma-. En vez de sentir pena por ella podrías ponerte en mi lugar: jamás le he dado esperanzas, todo lo contrario, y aun así me ha estado persiguiendo durante meses.
-Lo siento, no me había dado cuenta -repuso Miley.
Pero él no había terminado.
-Durante toda su vida su padre le ha comprado cada cosa que quería. Incluso intentó comprarme a mí. Cuando descubrió que no podía, la envió a Europa seis meses... Por desdicha no parece haberle hecho el efecto deseado.
-Lo siento -repitió Miley.
Él la soltó y dijo con un corto suspiro:
-Ahora, ¿por qué no nos olvidamos de esto y seguimos con nuestra visita turística?
Ella no podía estar más de acuerdo.
El tiempo era cálido y seco, pero, aparte de un par de recorridos en taxi, siguieron caminando durante horas. Recorrieron el centro haciendo zigzag desde la catedral de San Patricio al parque Battery, con su hermosa vista de la Estatua de la Libertad.
Nick demostró ser un guía excelente además de un acompañante divertido e interesante con un buen sentido del humor, a veces un tanto irónico.
El edificio Empire State, el bohemio Grenwich Village, el barrio chino, lleno de tiendas exóticas y cabinas de teléfono con adornos de pagoda, la Pequeña Italia y la conocida Wall Street ya no eran sólo nombres para Miley: eran lugares reales en los que había estado y de los que sabía cosas.
Estaba emocionada y no intentaba disimularlo. Saltaba de alegría. Si Miley la consideraba poco sofisticada, ¿qué importaba? Además su alegría debía de ser contagiosa porque él parecía disfrutar de todo tanto como ella.
Y, en general, había llevado bien el estar tan cerca de él. Si en algún momento el roce de su mano o una de sus miradas la habían desconcertado, creía que lo había disimulado bien.
De camino hacia Broadway, que recorría todo Manhattan de norte a sur, para sorpresa de Miley, pararon en la terraza de un café para tomar algo frío.
-Incluso cuando se ponga el sol seguirá haciendo mucho calor.
-No me importa -le dijo ella con alegría-. Por suerte siempre he aguantado bien el calor.
-¿Todavía no estás cansada?
Ella negó con la cabeza.
-Entonces tienes que ver la parte alta de Broadway y Times Square por la noche... Pero, antes de seguir, ¿por qué no comemos algo? ¿Te gusta la pasta?
-Me encanta cualquier tipo de pasta -dijo sin dejar lugar a dudas con su entusiasmo.
-Gracias a Dios que no eres una de esas mujeres que viven a base de lechuga -dijo él con tal fervor que Miley se preguntó si su última novia habría sido de esa clase de mujer.
Volvieron a internarse en el barrio italiano y pararon en Mamma Mia, un entrañable restaurante con manteles de cuadros rojos y velas en botellas de vino.
La robusta propietaria saludó a Nick como si fuera un viejo amigo y les sirvió enseguida un par de platos de humeante spaghetti y una botella de vino tinto, mientras un hombre narigudo y con bigote tocaba la guitarra para entretener a los clientes.
Era un local romántico y animado y, aunque estuvo de acuerdo con Nick en que era demasiado típico, a Miley le encantó y se lo dijo.
-A mí también -dijo él sorprendentemente-. Vengo aquí cuando necesito un cambio radical.
Para cuando acabaron el café, el cielo ya estaba oscuro y, como él le había advertido, aún hacía calor. Tomaron un taxi que les dejó en el corazón de la zona de los teatros.
Tras una larga visita a pie, en que Miley descubrió que las luces y el neón eran aún más espectaculares de lo que ella había esperado, pararon a beber algo en un tranquilo bar.
Al sentarse, la fatiga cayó sobre Miley como una avalancha. Pero era puramente fisica: su mente aún se agitaba.
Nick, notó ella con admiración, no sólo parecía aún alerta sino lo suficientemente fresco como para correr una maratón.
-¿Qué quieres tomar? -le preguntó éste sonriendo. Miley trató de ocultar el hecho de que no tenía ni idea de qué beber y le preguntó:
-¿Qué vas a tomar tú?
-Bourbon con hielo.
-Suena bien -dijo ella con desenvoltura.
-No es muy recomendable para bebedores novatos.
¡Ya estaba tratándola otra vez como a una niña!
-¿Qué te hace pensar que soy una novata?
Él se encogió de hombros y dijo:
-En ese caso, dos de bourbon, por favor.
Un sorbito del líquido ámbar la convenció de que mejor hubiese pedido limonada pero no estaba dispuesta a admitirlo. Adoptó un aire mundano y esperó a que el hielo se fundiese y suavizase la bebida.
Su estrategia no engañó a Miley que, con un brillo travieso en los ojos, le preguntó:
-¿Qué te parece comparado con el escocés?
Ella se negó a morder el anzuelo e intentó cambiar de conversación.
-Eso que acabas de decir ha sonado muy inglés. ¿Pasaste allí mucho tiempo?
-Me eduqué allí.
Ella quería saber más y le preguntó:
-¿Tu familia viene de Inglaterra?
-Sí, mi abuelo era de la zona central. Tras emigrar a Estados Unidos y hacer algo de dinero fijó su residencia aquí en la costa este y empezó a crear un imperio que incluía negocios navieros, inmobiliarios e industriales. Aunque sé casó y vivió aquí en América muy feliz, siempre siguió pensando que las universidades británicas eran las mejores del mundo. O sea que mi padre, que era hijo único, estudió en Oxford.
-Y tú seguiste sus pasos. Es una especie de tradición familiar, ¿no? ¿Tus hermanos también fueron o eres hijo único?
Aquella inocente pregunta tuvo un efecto devastador.
Miley observó que su expresión cambiaba y que apretaba la mandíbula. Tras unos segundos de silencio contestó:
-No. Tenía una hermana.
Miley reparó en el tiempo pasado y adivinó una historia triste. Buscó desesperadamente algo que decir para cambiar de tema cuando él intervino bruscamente:
-Debes de estar cansada. Será mejor que nos vayamos a casa.
Paró un taxi y durante todo el camino, Quinta Avenida abajo, se mantuvo callado y distante.
Sin embargo, para cuando llegaron, la rigidez se había borrado de su rostro.
-No sé cómo darte las gracias -le dijo ella tras entrar en el aparentemente vacío apartamento-. Me lo he pasado muy bien.
-Yo también -dijo él pareciendo sincero.
Entonces notó la cara de sorpresa de ella y admitió un tanto irónicamente:
-Últimamente me he dado cuenta de que me aburren las mujeres sofisticadas a las que sólo les interesa el aspecto que tienen, mujeres que han perdido la habilidad de ser ellas mismas y de disfrutar de la vida. ¿Qué quieres beber antes de irte a la cama?
La verdad era que no le apetecía nada, pero el deseo de permanecer junto a él un rato más era demasiado fuerte.
-Lo mismo que tú -dijo sin pensárselo, añadiendo luego más calmada-. Y luego una ducha fría antes de acostarme.
-Tengo una idea mejor que una ducha. Espera un momento...
Y desapareció para volver de la cocina con una bandeja en la cual había una botella de champán, zumo de naranja y dos copas.
La tomó de la mano y la condujo hacia una pared de cristal al fondo del gimnasio. A Miley le temblaban las rodillas.
-Hazme el favor de apretar ese botón.
Cuando ella lo hizo los paneles de cristal se hicieron a un lado para dejar entrar el aterciopelado aire de la noche.
A la derecha de la terraza había una mesa baja y dos hamacas y, en el centro, una pequeña piscina. La luz jugueteaba en su superficie. Hasta sus oídos llegó el relajarte murmullo de las burbujas en el agua.
-Un jacuzzi -le dijo a Miley al tiempo que dejaba la bandeja en la mesa.
Al darse cuenta de lo que él tenía en mente, y sofocándose de pronto, Miley le dijo con cierta inseguridad:
-Ya sé lo que es un jacuzzi.
-¿Pero lo has usado alguna vez?
Ella respondió sin admitir que ni siquiera había visto uno hasta ese momento:
-Bueno, no.
Él volvió a entrar en el gimnasio para volver con dos albornoces.
-Pues esta es tu oportunidad. Ya verás lo refrescante que es.
-Pero... Es que no tengo bañador -le dijo ella a media voz.
No era exactamente verdad: tenía uno, pero era uno viejo que se había comprado cuando aún estaba en el colegio. Y no quería que él la viese con aquel harapo.
-Nena -dijo él cáusticamente-, lo último que necesitas es un bañador. Sólo tienes que quitarte la ropa y meterte en el agua.
Por supuesto que nadie iba a verla: estaban en un ático. Pero ese no era el problema.
-A menos que te dé vergüenza...
Dijo aquello en un tono que dejaba claro que le parecía pacato el que no quisiera desnudarse. Mientras ella buscaba alguna respuesta que no la hiciese parecer demasiado puritana, él le aseguró:
-Si quieres no miro.
Ella aún dudaba.
-Bueno, ¿a qué esperamos? -dijo él mientras se quitaba la camisa.
Y Miley vio el inconfundible brillo del desafío en sus ojos.
Hermoso el capi... me re gusto espero el próximo ansiosa.. un beso y cdt!!
ResponderEliminarjajaja me encanto el cap
ResponderEliminarbuena tecnica para
desnudarla ehhh jajaj
bueno bye espero el
otro cdt bye
Me encanto el cap ♥
ResponderEliminarSIGUELA!
Me encantooo espero el siguiente pronto sip???
ResponderEliminarbesos y abrazos!!!
La acabo de empezar a leer.. es fantastica! subi capitulo pronto, espero ansiosa :)
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