jueves, 16 de junio de 2011

Nuestra Fiesta Privada Capítulo 3

—No puedo ir por Nick. —Pero mientras hablaba, el cerebro de Miley se inundó de imágenes de Nick desnudo, sobre ella, bajo ella, moviéndose dentro de ella—. Además, incluso aunque quisiera, no soy su tipo para nada.
Demi puso los ojos en blanco y le hizo un gesto a Miley para que le bajara la cremallera y pudiera cambiarse el vestido de dama de honor por uno de los albornoces de cortesía de la suite.
—Estupideces. La única razón por la que los chicos no te entran es por esa actitud que tienes de mosquita muerta. Créeme, con un mínimo estímulo por tu parte, aparecerían un montón de hombres a los que les encantaría tener la oportunidad de despeinarte un poco. —Se tomó de un solo trago el resto del champán que le quedaba y después se preparó un vodka con tónica en el minibar—. Nick Jonas no es ninguna excepción.
Miley puso la tele. Su incapacidad para «ligar» era uno de los temas favoritos de discusión de las dos amigas, que a lo largo de los años lo habían hablado hasta la saciedad, una conversación que a Miley no le apetecía tener en ese momento. A pesar de las ruidosas protestas y argumentos que daba Demi en sentido contrarío, en el fondo a Miley no le parecía que tuviera mucho con lo que trabajar.
Era bastante atractiva, suponía. Pero con 1,68 de altura, el cabello rubio ondulado, los grandes ojos azules y las modestas curvas de su cuerpo, se parecía bastante más a Sandra Dee, la niña buena de Grease, que a Marilyn Monroe. Hasta le podrían haber grabado «futura madre de familia respetable» en la frente. No se podía decir que fuera de las que le inspiraban a nadie pensamientos lujuriosos. Cosa que tampoco le había molestado mucho hasta, el momento.
Está bien, le había molestado el año que Nick y ella habían coincidido en Berkeley, cuando ella era una ingenua de primero y él, el chico de último curso que la protegía demasiado. A él lo había criado su madre, así que, hasta entonces, Miley solo lo había visto unas cuantas veces en su vida y solo recordaba vagamente a aquel tipo grande y guapo que había sido amable con ella en esas ocasiones, pero cuando se había tropezado con él durante su primera semana en el campus, Nick, a sus veintidós años, había inspirado en ella de repente todo tipo de sensaciones y fantasías sexuales, sentimientos que Miley no había experimentado en su vida. Ni los había vuelto a experimentar después.
—Soy como su adorable hermanita pequeña —dijo con tono sombrío—. Siempre lo he sido. —No pudo evitar sonreír al recordar a Nick cerniéndose sobre más de un desafortunado chico de alguna fraternidad que intentaba emborracharla con cerveza de barril o ponche de garrafón—. No lo había visto desde que se largó, después de la monumental bronca que tuvo con su padre y Joe justo después de que yo me graduara de Berkeley.  —Miley apenas había pensado en Nick en los cinco años transcurridos desde que se había marchado. O más bien no se había permitido pensar en él, quizá porque, en el fondo, sabía que terminaría tal y como estaba en esos momentos. Con el cerebro lleno de imágenes lascivas, inquieta, tensa y sin esperanza de encontrar alivio en el guapísimo pedazo de carne responsable de todo aquello.
Hora y medía después, Miley vagaba por todos los canales de televisión por milésima vez mientras se terminaba los restos de champán. Demi roncaba entre las almohadas con una bolsa medio vacía de M&M's de mantequilla de cacahuate apretada en el puño.
Maldita fuera Demi y toda esa charla de vengarse con un buen polvo y arrojarse en brazos de Nick. No podía dejar de pensar en él, enredado en sus sábanas de seiscientos hilos, todo músculos y piel bronceada.
La lujuria se acumulaba en el vientre de Miley, mezclada con la indignación, mientras examinaba cada rasgo de la suite nupcial. Se suponía que era su noche de bodas, maldita fuera. Se suponía que tenía que estar rodando por aquella cama y retozando en el jacuzzi con el hombre con el que se había casado.
Por extraño que pareciera, la idea no era tan dolorosa como embarazosa. Una vez superado el susto inicial, Miley se dio cuenta de que el problema que tenía era más por su orgullo herido que porque Joe le hubiera roto el corazón. Quería casarse con él, al menos eso había pensado. Con todo, siempre había sabido que el suyo habría sido un matrimonio basado en la compatibilidad más que en la pasión. Y a ella le había parecido bien. Pero hasta ese momento no se había dado cuenta de la poca consideración que sentía Joe por ella, tan poca que había sido capaz de hacer algo así el día de su boda.
Si miraba las cosas con perspectiva, se daba cuenta de que había actuado como un felpudo, ¿era de extrañar entonces que Joe pensara que podía pisarla sin más? Pero todo eso iba a cambiar, desde ese mismo instante.
Quizá Demi tenía razón. Quizá solo tenía que dejar de comportarse como una niña buena para que los hombres se enteraran de que ardiendo bajo su aspecto seráfico había una diosa del sexo esperando a que alguien la soltara. Solo había un modo de averiguarlo.
Fue al tocador y sacó un pequeño paquete de papel del que extrajo el negligé  que había elegido para esa noche. Cuando se lo puso, la seda fresca alivió su piel ardiente. Estiró la tela sobre las caderas y alargó el brazo para ponerse otra vez el albornoz violeta, después cogió el neceser íntimo que con tanta consideración proporcionaba el personal del Winston.
La vieja Miley jamás haría algo como lo que había planeado, pero a la nueva Miley le habían prometido sexo esa noche y no pensaba renunciar a él.
Nick se quedó mirando el minibar mientras se planteaba su siguiente selección. Tenía que reconocérselo a su padre y Billy: ellos sí que sabían con qué había que llenar un minibar. Podía emborracharse una semana entera si quería.
Que era con toda probabilidad lo que habría hecho sí no tuviera que irse casi al amanecer para regresar a Cayo Holley.
Eligió una botellita de Jack Daniel's y lo rebajó con la otra mitad de la Coca-Cola que le había quedado del cuba libre que se acababa de ventilar. Hizo una mueca al ver lo que costaba el licor en la hoja de precios del minibar. Cierto, era absurdo esconderse en su habitación a beber un licor de precio ridículo cuando podía estar disfrutando abajo de la barra libre.
Pero era incapaz de enfrentarse a aquello. Había cumplido con su obligación. Había aparecido, había sido el padrino perfecto y había fingido estar encantado de ver que la pequeña Miley Cyrus se encadenaba a un imbécil integral como Joe. Después, había salido zumbando de allí nada más escupir el brindis preparado y totalmente insincero que había tenido que soltar.
Nick no se hacía ilusiones con su hermano mayor y la clase de marido en la que iba a convertirse. Joe era exactamente igual que el padre de ambos: hábil, intrigante, el típico chico que necesitaba quedar siempre por encima. Un carácter que les venía muy bien en los negocios pero que era un infierno para las mujeres que metían en sus vidas. Su padre ya iba por el cuarto matrimonio y era muy probable que engañara a su mujer. Paul Jonas no podía renunciar a la emoción de la caza o la satisfacción de la conquista. Y Nick no albergaba dudas: Joe era igual que su padre.
Aferró con más fuerza la copa y se acomodó entre las orondas almohadas que adornaban la cama gigante de la habitación. No sabía por qué estaba tan disgustado. Tampoco era como si se hubiera pasado los últimos cinco años suspirando por ella. Por lo menos no mucho. Pero habían pasado nueve meses desde que había recibido el anuncio del compromiso. Nueve meses para deshacerse de cualquier ilusión que pudiera haberle quedado de llegar a disfrutar algún día de todo lo que la dulce Miley tenía que ofrecer.
No obstante, las imágenes de aquella chica seguían atormentándolo. Miley con su bikini rojo el verano que había cumplido los dieciséis años. Unos pechos pequeños y redondos que se apretaban contra la ceñida tela. Miley en el club de campo, la niña bien, perfecta con sus pequeños diamantes y sus perlas. Siempre había sido toda una dama, incluso de adolescente, cuando lo irritaba con su gazmoñería al tiempo que le inspiraba escabrosas fantasías en las que él le demostraba lo divertido que podía ser portarse mal.
Y al fin la peor imagen de todas. Miley, de pie ante el altar junto a su hermano, tan frágil como una muñeca de porcelana mientras hacía los votos que la unían a Joe.
Se ventiló el resto de la copa, como si con eso pudiera ahogar las voces de su cabeza que lo ponían verde por no haber intentado algo Miley cuando había tenido la oportunidad. Ah, no, por alguna extraña razón a los veintidós años había tenido que desarrollar una vena noble cuando se trataba de aquella chica, quizá porque había sabido por instinto que si salía con ella solo terminarían sufriendo los dos. Así que en lugar de permitirse disfrutar de aquella larga fantasía recurrente en la que le enseñaba a la virginal Miley todo lo que había que saber sobre las alegrías del sexo, se había dedicado a ser su protector en lugar de su amante.
Y mientras él estaba en el Caribe matándose para poner Cayo Holley en la cumbre de los complejos de lujo de primera clase, el que le había tirado los trastos había sido el idiota de su hermanastro.
Un golpe en la puerta lo sacó con un sobresalto de su meditación. Un vistazo por la mirilla reveló a la última persona que hubiera esperado ver allí. Miley Cyrus (más bien Jonas, con los rasgos distorsionados por el efecto pecera de la mirilla) aporreaba con determinación la puerta de su habitación en la que se suponía que era su noche de bodas.
Nick descorrió el cerrojo y abrió la puerta. Por un momento creyó que estaba sufriendo una alucinación. O quizá había hecho una mezcla un poco fuerte con el último ron y Coca-Cola que quedaba en el minibar, se había desmayado y estaba soñando. Desde luego no era la primera vez que Miley invadía sus sueños pero por lo general llevaba algo un poco más provocativo que la deshilachada bata violeta de abuela que ya tenía en la universidad. Tenía que ser real, porque si fuera un sueño, a esas alturas la bata ya estaría en el suelo y él ya estaría medio metido en aquel cuerpo.
El año que habían coincidido en Berkeley, Nick había llegado a la puerta del dormitorio de la residencia de la joven en incontables ocasiones y se la había encontrado recién salida de la ducha y envuelta en aquel albornoz. La idea de despojarla de aquella prenda suave y gastada para poder recorrer con la lengua toda su piel suave y húmeda se había burlado en casi todas aquellas ocasiones de la promesa que había hecho de no ponerle las manos encima.
Nick se recordó con furia que era una mujer casada, y con su hermano, por si fuera poco. Tenía que haber pasado algo grave para que Miley estuviera allí. ¿Cómo se le ocurría, a él empalmarse cuando necesitaba toda la sangre posible en el cerebro?
—¿Le ha pasado algo a Joe? —preguntó Nick cuando Miley no dijo nada. Se le había quedado mirando con la boca un poco abierta. Nick casi podía sentir el calor de aquella mirada en su piel mientras lo iba recorriendo entero, primero el pecho, después el abdomen plano para seguir bajando, hasta que las cejas femeninas se alzaron con cierto interés.
Nick bajó los ojos y se puso colorado cuando se dio cuenta de que no llevaba más que los boxers.
—¿Puedo entrar? —dijo Miley al tiempo que alzaba de mala gana los ojos hacia la cara de Nick.
Nick se apartó para dejarla pasar y en algún lugar de su cerebro nublado por el minibar se disparó una alarma. Por lo general, las mujeres no visitaban las habitaciones de otros hombres a las dos de la mañana de su noche de bodas.
Miley se encaramó al borde de la cama y encendió la lamparilla de la mesita. La luz la envolvió en un fulgor tenue que iluminó su cabello de color dorado pálido y su piel suave como la de un bebé. Aparentaba unos catorce años con sus grandes ojos azules y los labios suaves y rosados. Había vuelto a clavar los ojos en él y en su expresión había cualquier cosa menos inocencia.
Nick cogió con gesto casual uno de los albornoces que colgaban en su armario e hizo una mueca cuando se dio cuenta de que eso de que la talla única sirve para todos no se aplicaba a su cuerpo. El albornoz le tiraba de los hombros, no le cubría el pecho y apenas le dejaba estirar los brazos.
—Te fuiste temprano de la fiesta, ¿no? —dijo la joven, como si fuera lo más normal del mundo estar en su habitación cuando debería estar disfrutando de su primera noche de sexo marital—. Nunca te gustaron mucho los actos que exigen corbata.
Nick asintió.
—Pues no, y además tengo que tomar un vuelo muy temprano. —Se sentó en la cama, al lado de ella y solo su aroma fue suficiente para volverlo loco. Como en sus mejores sueños, Miley había aparecido en su habitación de hotel. Pero en la realidad hablaban de trivialidades, del banquete y sus planes de viaje.
Y aunque cada una de sus terminaciones nerviosas era consciente de lo que tenía delante y le rogaba que la echara en la cama, Nick sabía que no era para eso para lo que Miley había ido allí.
¿O sí?, se preguntó cuando la joven se encogió de hombros y una de las mangas del albornoz se deslizó y le dejó el hombro al descubierto.
A Nick se le secó la boca al ver el diminuto tirante de satén de color marfil que se apoyaba en aquella piel suave.
—Sorprendí a Joe tirándose a su ayudante en el cuarto de las escobas.
La revelación de Miley lo arrancó por un momento de la fantasía que estaba teniendo en la que cogía el tirante con los dientes y lo bajaba por la piel sedosa del brazo femenino.
—¿Que sorprendiste qué?
—Fui a buscarlo para cortar la tarta y lo encontré tirándose a su nueva ayudante, Camila, en el cuarto de las escobas que hay junto al salón de banquetes.
Miley parecía sorprendentemente tranquila, dadas las circunstancias. Claro que Miley nunca se dejaba llevar por sus emociones. Si alguien podía manejar una situación así con elegancia, esa era Miley.
—Así que me subí al escenario y les expliqué a todos lo que había ocurrido, y después le aplasté la tarta en la cara.
No debía de haber sido muy divertido pero Nick no pudo contener la carcajada. La serena y perfecta Miley estrellando una tarta en la cara del tan perfecto Joe. Y nada menos que delante de quinientos de sus amigos más íntimos y socios empresariales.
Nick no pudo evitar la risita baja que le brotaba del pecho.
—Siento habérmelo perdido. —Hizo una pausa e intentó recuperar la compostura—. Perdona que me haya reído. Sé que para ti no tiene ninguna gracia.
Una sonrisita traviesa que Nick no había visto jamás cruzó la cara de la joven.
—De hecho, fue graciosísimo. Encima, Joe todavía llevaba la bragueta abierta, el muy idiota.
—Lo siento mucho. —Nick se acercó un poco más y le envolvió los hombros con un abrazo de consuelo, Miley se acurrucó contra él, su amigo enterró la nariz en la suavidad de su cabello y aspiró el aroma limpio y fresco de la joven. A Nick siempre le había encantado cómo olía Miley, a jabón fresco y flores blancas. Nick le dijo con toda firmeza que se fuera calmando. Miley había ido allí para que la consolaran, no para que le tiraran los trastos.
Pero entonces la joven se volvió hacia él y le deslizó la mano por el torso, por dentro del albornoz, después lo rodeó hasta apoyar los dedos en la piel desnuda de su espalda. Nick estuvo a punto de ponerse a ronronear cuando las yemas femeninas trazaron pequeños dibujos en los músculos de sus hombros.
—Me alegro tanto de verte otra vez, Nick —murmuró Miley acurrucándose todavía más contra él hasta que la bocanada cálida de su aliento le cosquilleó en el cuello—. Te he echado de menos.
—Yo también me alegro mucho de verte, Miles. —Nick le acarició la espalda con gesto tranquilizador. Solo la estaba consolando. ¿Qué tenía eso de malo? Nada. Bajó un poco más la mano y puso a prueba la resistencia de la cadera femenina antes de esquivar el trasero de la joven con nobleza para volver a deslizarle la mano espalda arriba.
Miley se apartó un poco pero sin dejar de abrazarlo, mientras con la mano seguía provocando la piel desnuda de la espalda masculina.
—Se supone que es mi noche de bodas. —El rostro de la joven era sombrío pero no lucía la expresión dolorida que Nick hubiera esperado en una mujer a la que acababa de traicionar el hombre al que amaba—. Se supone que esta noche la iba a pasar haciendo el amor con mi flamante marido.
Lo único que podía hacer Nick era asentir. ¿Adonde quería ir a parar con todo eso?
—¿Sabes que me he pasado toda la vida intentando ser perfecta? Lo he hecho todo bien, todo lo que mis padres han querido, y mira lo que he conseguido.
Era cierto. Al contrario que él, Miley se había pasado la vida intentando conseguir la aprobación de sus padres —sobre todo la de su padre—. Uno de los grandes motivos por los que nunca le había dicho nada a Miley era porque sabía que Billy Cyrus jamás aprobaría que su hija anduviera por ahí con el hijo salvaje de Jonas, el producto de un segundo matrimonio, breve y escandaloso, con una camarera de Las Vegas. Siempre que Nick había ido a visitar a su padre y se había tropezado con Billy Cyrus, el magnate le había dejado muy claro que no le gustaba la idea de que Nick mirara a su hija siquiera. Miley había tenido tanto cuidado de mantener su amistad en secreto que él había sabido que nunca lo presentaría en su casa como su novio. En aquel momento, Nick había decidido que era mejor conformarse con una amistad; temía que si llegaba a acostarse de verdad con ella, no sería capaz de evitar gritar a los cuatro vientos que aquella mujer era suya y a la mierda con las consecuencias. Y entretanto se había tragado el resentimiento que le inspiraba tener que ocultar su inocente relación como si fuera una especie de sucio secreto.
Y cuando Nick había abandonado el redil familiar para perseguir su sueño de fundar su propio complejo de lujo supo que Miley jamás se plantearía dejar la seguridad del nido familiar para reunirse con él. Tampoco era que él hubiera considerado la opción de preguntárselo. Por lo menos no más de unas cien veces.
Por aquel entonces no había tenido la oportunidad de tener un futuro con ella y tampoco la tenía esa noche. Pero allí estaba, mirándolo con aquellos grandes ojos azules, presumiendo de hombros sexys y llenándolo con una mezcla perturbadora de lujuria y ternura, queriendo intrigar como fuera para llevársela a su isla paradisíaca hasta que reconociera que era suya y de nadie más. ¿Pero qué demonios le pasaba? Había tenido años enteros para superar todas aquellas chorradas. Había tenido tiempo de sobra —por no hablar de mujeres de sobra— para conseguir superar el hecho de que su irracional encaprichamiento con Miley jamás encontraría satisfacción.
¿Qué importaba que estuviera en su habitación en plena noche? Era demasiado mayor para dejar que Miley (que no tenía ni la más remota idea del tornado que bramaba en el interior de Nick) lo enredara. Aunque sabía que no era buena idea que siguiera acariciándola, recorrió con el pulgar la curva de la mejilla de la joven mientras intentaba como podía no hacer caso de la intensa descarga que se atravesaba todo el cuerpo.
—Ojalá pudiera haberme parecido más a ti, ojalá hubiera tenido el valor de defenderme sola y decir lo que quería. En lugar de eso, dejé que me convencieran para casarme con un hombre que sabía que nunca me haría feliz.
Nick asintió.
—Siempre pensé que te merecías algo mejor. —La envolvió entre sus brazos y la estrechó con fuerza.
—Y desde hoy mismo yo también lo sé. Y ahí es donde entras tú.
La mano de Nick se congeló en la espalda femenina. Por un instante le había parecido que volvían a los viejos tiempos. ¿Cuántas veces había consolado a Miley cuando el chico que le gustaba rompía con ella? Por supuesto, una parte de él, se moría por desnudarla, pero había sido capaz de contenerla y recuperar el ritmo antiguo y conocido de su vieja amistad.
Pero allí estaba esa mirada otra vez. Esa mirada que decía que aquella chica lo quería de la cabeza a los pies.
Ojalá. Debía de estar muy borracho, o haberse vuelto loco. O las dos cosas.
—Nick, tengo que pedirte un favor muy grande. —La expresión de la joven había perdido el fulgor lujurioso y se había convertido en un gesto de expectativa cortés.
—Lo que quieras, Miles.
—Quiero que te acuestes conmigo.

9 comentarios:

  1. wow interesante el cap
    me encanto sigue pronto
    esta genial la novela
    cuidate bye

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  2. que directa nos saio la miley
    me encanto la novela
    saludos

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  3. o.O!
    no puedo creerlooo!!!
    en serio k... k genial!
    jajajajaja
    me encantooo!
    el capi fue asombroso!
    jeje pero no nos dejes ahí!
    jaja te kiiero chik!
    sube pronto :)

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  4. Volviiiiii!!!! Y estoy anciosa x leer nuevos cap de esta noveee me encantaaa!!!!
    Espero el siguiente siii???
    No te tardes!!!!
    TE kierooo!!!!

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  5. Y lueooo que pasho de ti chica!!! no puedoo dormir esperando tus capitulos me la pasoo entrando y saliendo de tu blog jeje TE estamos esperandoo por favor vuelveeeee!!!!jejeje
    Es encerioo!! =)

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  6. heyyy !!!!
    soy nueva lectora y me encanto el capi !!!!
    espero impasiente el sig cap

    bye besos <3

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  7. Woah! Yo también soy nueva lectora ;) wow! Que buena novela me he encontrado!
    Seguiré leyendo :D
    Espero el siguiente ;)

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  8. Nueva lectora...
    Me gusta tu blog, continualo!

    me quede como :o cuando empeze a leer y me quede como -0- cuando llegue a la ultima publicacion hahaha como la dejas asiii!??
    La primera nove estuvoo super :)!

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