jueves, 21 de abril de 2011

Venganza Capítulo 6

Quizá, inconscientemente, no lo había creído del todo. Ahora, al oír la verdad de sus propios labios, se quedó aturdida. Mientras los ojos color gris de Miley se iban abriendo cada vez más, él continuó hablando:
-Pero te equivocas en todo lo demás. No era sólo un juego y no estaba jugando. Jamás en mi vida he ido más en serio.
O sea, que su falta de refinamiento le resultaba atractivo y quería hacerla su amante. Pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Unas semanas, meses quizá? ¿Y después qué? Seguro que la abandonaba cuando se encaprichase de otra mujer.
Él sonrió mirándola a los ojos y se llevó su mano a los labios. Le dio un beso en la palma y luego le hizo cerrar la mano, como para guardar aquel beso. Miley comprendió el peligro en que se encontraba y, dignamente y con la cabeza alta, le informó:
-No tengo intención de tener una aventura contigo.
-¿Qué te hace pensar que quiero tener una aventura?
Ella se sintió tremendamente tonta y, sin saber qué decir, balbuceó:
-Lo siento pero... yo creía... que...
-Quiero casarme contigo.
Miley se quedó totalmente desorientada y con la boca abierta.
-Cierra la boca -le dijo él con dulzura-. Me está haciendo pensar en cosas que no se pueden hacer en público. O seas que vamos...
Él tomó sus pertenencias y la llevó de la mano hasta el ascensor. Tan pronto como se cerraron las puertas de éste, él la abrazó sin darle un segundo para tomar aliento.
Y comenzó a besarla sin piedad. Estaban pegados de cintura para abajo y Miley sentía la dureza de su viril cuerpo junto a la suavidad de su propia piel.
Un momento después la mano de él bajó hasta su pecho y se introdujo bajo el blusón sabiendo que el breve bikini ofrecía poca protección ante sus depredadoras manos. A ella se le hizo un nudo en el estómago y una deliciosa excitación la invadió.
Se quedó sin respiración, y empezó a temblar. Las piernas le fallaban y casi no se podía mantener en pie.
Él volvió a cubrirle el pecho con el bikini mientras con la yema de su índice rodeaba aquella prueba irrefutable de la excitación de Miley. Entonces volvió a sonreír, sacó la lengua y se la pasó por la comisura del labio.
-Tenías un poco de azúcar junto a la boca.
Ella se dio cuenta de que el ascensor ya había parado y las puertas estaban abiertas y se alegró profundamente de que el ático fuese privado.
Nicholas le pasó un brazo por la cintura, dándole el apoyo que necesitaba, y cruzaron el vestíbulo para entrar en el apartamento.
Una vez más parecía desierto.
-Vamos a tomar un poco el sol, ¿te apetece?
Fue una pregunta retórica porque, antes de que ella contestase, él ya se dirigía a la terraza. Miley estaba tan confusa que si él le hubiera sugerido saltar por la ventana probablemente le hubiera seguido sin dudarlo.
Ya estaban tumbados en las hamacas y pareció pasar una eternidad antes de que los latidos del corazón se le calmaran y sus sentidos volviesen a la normalidad.
Él se tumbó sobre un costado para acercarse a decirle:
-Sólo has dicho una palabra en los últimos diez minutos. Sabía que mi proposición te sorprendería, pero no me imaginaba que te iba a dejar sin habla.
O sea, que realmente le había propuesto que se casasen...
Tras tragar saliva logró articular palabra:
-Estabas de broma, ¿no? ¿Por qué quieres casarte conmigo? -dijo en un tono de desorientación que reflejaba bien cómo se sentía.
-Por tu dinero -respondió él.
-¿Podrías hablar en serio, por favor? -dijo ella enojada.
-Tienes razón, preciosa. El matrimonio es algo muy serio. En el pasado siempre me he mantenido a distancia de la posibilidad.
-Entonces, nunca...
-¿Le he pedido a otra mujer que se casara conmigo? No. Estuve a punto de hacerlo una vez pero el sentido común prevaleció.
-¿Por qué yo?
-¿Por qué crees?
-No tengo ni idea -reconoció ella.
Él sonrió, bromista.
-Quizá estaba esperando a la mujer perfecta y tú encajas en el papel.
-No sé cómo. No soy una mujer sofisticada o guapa. No pertenezco a tu mundo.
-¿Es mi mundo tan distinto del tuyo?
-Estoy segura de que sí.
-Eso te lo imaginas tú. No tienes ninguna prueba
ni has tenido ocasión de comprobarlo.
-Nunca encajaré en tu círculo social. No tengo dinero ni posición.
-La tendrás cuando estés casada conmigo -dijo él con total confianza-. Y ahora que eso ha quedado claro...
Miley agitó la cabeza, sintiéndose perdida.
-No entiendo por qué te quieres casar con una mujer que has conocido hace menos de cuarenta y ocho horas.
-Tienes que haberte dado cuenta de que nos atrajimos el uno al otro inmediatamente.
-Eso no es suficiente para casarse. Dime por qué. Yo no tengo nada especial...
Cuando, debido al giro que habían dado los acontecimientos, él había decidido pedirle que se casasen no se le había pasado por la cabeza que fuese a costarle tanto convencerla. La mayoría de las mujeres saltarían de alegría ante la idea de convertirse en la esposa de Nicholas Jonas, con el dinero y la posición que eso implicaba.
Y allí estaba aquella chica preguntando por qué.
Él se levantó de la hamaca y se sentó junto a ella con un elegante movimiento. Tras recorrer su esbelto cuerpo con una hambrienta mirada se inclinó sobre ella y unió sus labios a los suyos.
Ella, debatiéndose entre el deseo y la cautela, mantuvo los labios cerrados.
La boca de Nick bajó entonces hasta su cuello y jugueteó con la lengua en su blanca piel.
Era tan erótico que, sin poder soportarlo, Miley trató de apartar a Nick.
-Eso es: tócame -susurró él cuando ella puso las manos sobre su cálido y musculoso pecho.
¡Cuánto deseaba hacerlo! Pero sabía que si cedía se perdería y, con un gran esfuerzo, mantuvo las manos quietas.
-Abre la boca, Miley -murmuró él.
Ella se negó a obedecer y entonces él comenzó a mordisquearle y chuparle los labios. A Miley se le abrió la boca de asombro y él aprovechó para hacer el beso más profundo, explorando el interior con una lengua que desataba un sensual placer.
Miley era ya un caos de sensaciones cuando él se apartó deliberadamente y le dijo:
-A esta atracción me refería. Y confío en que estés de acuerdo en que es una razón estupenda. Pero hay más, ¿quieres que te diga cuáles son?
Ante el silencio de ella, que no podría haber pronunciado palabra aunque le hubiese ido la vida en ello, él continuó:
-Eres amable y Miley y, sin embargo, encuentro muy estimulante tu ocasional brusquedad. Me gustan tu entusiasmo y la forma en que disfrutas de la vida... Aunque la vida no te ha tratado demasiado bien eres feliz y pareces contagiar esa felicidad. Es una cualidad admirable. En resumen, que me agradas y entretienes como ninguna mujer lo ha hecho antes. Y además... -añadió con ternura-, adivina qué.
-No es posible que te hayas enamorado de mí -repuso ella sin darse cuenta de la esperanza que brillaba en el tono de su voz-. Sólo me conoces desde anteayer...
El suspiró.
-¡Y yo que creía que eras tan poética! ¿No te acuerdas de lo que dijo Marlowe? «Quien amado sino a primera vista».
Así que estaba enamorado de ella. Que aquello tan maravilloso que le había ocurrido a ella también le había ocurrido a él. Era un milagro, pero había sucedido. De repente se sintió como en el séptimo cielo y cuando él sonrió le devolvió una radiante sonrisa.
-Entonces, ¿vas a dejarte de evasivas y a contestarme de una vez o no?

martes, 19 de abril de 2011

Venganza Capítulo 5



Maldita sea!, pensó Miley. Pero, ¿por qué no aceptar el reto?

Mientras ella, sin pensárselo dos veces, empezaba a desabrocharse los botones del vestido, él sonrió y dijo jocosamente:
-¿Quieres que fije la mirada en el horizonte para que no te sonrojes?
-Haz lo que quieras -le espetó ella.
Aunque nunca había exhibido su cuerpo, no se avergonzaba de él en absoluto.
Levantó la barbilla y lo miró desafiantemente a los ojos mientras dejaba caer el vestido al suelo. A continuación hizo lo propio con la delicada ropa interior.
El se quedó contemplándola unos instantes a la luz que llegaba del gimnasio. Vestida parecía tan poco voluptuosa como un chico. Desnuda parecía una Venus de bolsillo y bien proporcionada.
Ella vio la sorpresa en los ojos de él antes de volverse para meterse en el jacuzzi.
«Un tanto a mi favor», pensó triunfalmente mientras entraba en la burbujeante bañera. ¿O no? De repente ya no estaba tan segura. Al fin y al cabo, sólo había hecho lo que él quería.
Se sentó en el asiento junto al borde. El agua le llegaba hasta los hombros y apoyó la cabeza en el reposacabeza de madera.
Dejó escapar un murmullo de placer.
-Me alegro de que te guste -comentó Nick.
Ella lo miró y vio que estaba sirviendo una mezcla de zumo de naranja y champán en las copas. Estaba completamente desnudo.
Miley nunca había estado ante un hombre desnudo. Quería apartar los ojos pero no podía: era como si estuviese hipnotizada.
¡Qué hermoso era! Tan delgado y elegante, con la piel con un brillo como de seda...
De improviso él levantó la cabeza y la sorprendió observándolo. Ella sintió que le subía la temperatura y, de algún modo, consiguió apartar los ojos. Él lanzó una suave risa.
-Mira todo lo que quieras. A mí no me da vergüenza.
Ella continuó con los ojos fijos en el vacío mientras él se acercaba para sentarse a su lado.
-Toma -le dijo tendiéndole una de las copas-. Es un Bucks Fizz, a ver si te gusta...
-Mmm... Es buenísimo -consiguió decir tras dar un sorbo con los ojos cerrados.
-No estés tan tensa -le dijo él al darse cuenta de su rigidez-. No voy a tirarme por ti.
-Ya me lo imagino -murmuró ella.
-Entonces relájate y disfruta.
Pero en aquellas circunstancias era imposible.
Cuando la copa estuvo por fin vacía, él la tomó de entre sus dedos y ella oyó que la depositaba en el borde.
El agua burbujeaba a su alrededor y los chorros de agua caliente le acariciaban la piel. La sensación era relajante, tonificante y sensual a un tiempo y poco a poco se fue tranquilizando y comenzó a disfrutar.
Él debía de haberse movido un poco, porque de repente su cadera desnuda rozó la de ella. Miley se quedó quieta, casi sin atreverse a respirar. Quería apartarse y a la vez no quería.
-¿Estás dormida? -preguntó él en voz baja.
Ella notó su aliento, cálido y agradable, en los labios y abrió los ojos.
Al instante se halló perdida, indefensa, sumergida en la dulzura de su beso. Fue la sensación más maravillosa que había experimentado nunca y deseó que no se acabase.
Cuando él se apartó, ella suspiró y volvió a abrir los ojos. La cara de Nick estaba muy cerca de la suya y pudo ver con toda claridad el brillo del triunfo en su mirada.
Aquella mirada fue como una ducha de agua fría.
Él advirtió el cambió de expresión en el rostro de Miley y al instante disimuló el gesto triunfal. Pero ya era demasiado tarde, el daño estaba hecho.
Miley se puso en pie con dificultad y dijo secamente:
-Creo que voy a salir ya.
-Sí, claro.
Él siguió sus pasos y la envolvió en uno de los albornoces antes de ponerse él mismo otro.
-Lo que de verdad nos vendría bien ahora sería nadar un poco -sugirió-. A esta hora tendríamos la piscina para nosotros solos.
Ella se anudó el cinturón y negó con la cabeza, salpicándolo todo con las gotas que caían de su coleta.
-No, gracias -contestó mientras recogía la ropa y los zapatos-. Yo me conformo con una ducha, y a la cama.
Nick sabía que lo había estropeado y, sin insistir, la acompañó en silencio hasta la habitación.
Decidida a dejar claro que no tenía más que decir, Miley abrió la puerta y se dispuso a cerrarla con una fría despedida.
-Podemos bajar a la piscina mañana. ¿Quieres que te despierte a las seis? -le dijo él entonces con desenvoltura.
-Ya te lo he dicho: no tengo bañador... Y no tengo intención de ir a nadar sin él.
-Dios no lo quiera -exclamó él-. Buenas noches entonces, Miley.
Una vez en el seguro refugio de su habitación reflexionó mientras se duchaba y se lavaba los dientes. ¿Qué le habría hecho actuar así, tan en desacuerdo con su carácter?
Probablemente el bourbon, al que no estaba acostumbrada. En el futuro pediría bebidas sin alcohol, pareciese infantil o no. ¿Qué había sido de su sentido común? Una cosa era pensar en jugar con fuego y otra muy distinta llegar a hacerlo.
Pero es que nunca antes había comprendido lo fuerte que podía ser la atracción física.
¿De qué atracción física hablaba? La verdad era que se había enamorado de aquel hombre. Así de rápido.
Pero tenía que ocultarlo. Hacer que las mujeres se enamorasen de él debía de ser un pasatiempo para Nick, algo que hacía sólo para divertirse. Y no se podía permitir darle ninguna ocasión más de burlarse de ella.

Se sentó en la cama y golpeó la almohada imaginándose que era la cabeza de Nick. ¡Era un cerdo arrogante y cruel! ¿Cómo podía haberse enamorado de alguien así?
Pero, de alguna manera, había sucedido.
Es decir que, hasta que consiguiese matar aquel amor, tendría que disimularlo. Si no, estaría a su merced como la pobre Carole.
Si al menos no tuviera que vivir con él durante las próximas tres semanas, todo sería más fácil. Si no tuviera que verlo al día siguiente...
Miley se llamó la atención a sí misma. Tenía que calmarse. Le echaría la culpa de lo ocurrido al bourbon y, con un poco de suerte, él lo creería.
Si lograba convencerlo de que era inmune a sus encantos, él acabaría por dejarla en paz. Y cuando su obligada estancia en su casa terminase ya no volvería a verlo más. Con aquel pensamiento en su mente, se quedó dormida.

Miley se despertó al oír que llamaban a la puerta.
-Vamos, bella durmiente -dijo la voz de Nick-.Ya son casi las seis y cuarto.
Miley apartó el edredón mientras murmuraba palabras indignas de una dama y se arrastró hacia la puerta. Abrió y se lo encontró recién duchado, con el pelo aún goteando, con un albornoz corto. Estaba peligro samente guapo y sonriente.
-Buenos días.
A pesar de sus buenos propósitos, el corazón de Miley se lanzó a la carrera.
-¿Has dormido bien? -añadió él.
-Sí, muy bien, gracias. ¿Y tú? -respondió ella educadamente.
-No tan bien como siempre -admitió él con cara de pena.
Se había quedado largo rato despierto recordando su imagen desnuda junto al jacuzzi, tan delicada y al tiempo asombrosamente voluptuosa.
Pero también recordó su valor, la mirada retadora de sus ojos ante su desafio. Sin saber cómo, súbitamente, la había encontrado misteriosa e interesante y, si no hubiera sido quien era...
Apartó la idea de su mente como una molesta mosca y le preguntó:
-¿Estás lista para bajar a nadar?
-Ya te dije anoche que no tengo bañador.
-Ahora sí -repuso él entregándole un paquete-. Creo que es tu talla. Date prisa, anda: te doy cinco minutos.
Antes de que ella pudiese tomar aliento para protestar ya había desaparecido.
Abrió la caja: era un bikini de diseño, en estampado de piel de leopardo, con cinta del pelo y blusón a juego.
Miley sabía que nunca se podría permitir comprar algo tan caro y la curiosidad la hizo probárselo. Le quedaba perfecto.
Aún estaba mirando con los ojos como platos a la exótica imagen que el espejo le devolvía cuando más golpes en la puerta le advirtieron que los cinco minutos ya habían pasado.
Volvió a abrir la puerta y vio que Nick tenía un par de toallas entre los brazos.
-Ah, ya estás preparada -dijo como saludo-. Vamos.
Ella negó con la cabeza.
-No puedo ponerme esto. Se sale de mi presupuesto.
-Ya está pagado.
-Gracias -dijo ella en un tono glacial-, pero no pienso dejar que me compres ropa.
-Si tanto te preocupa me aseguraré de que Trace me lo reembolse.
-Tampoco pienso aprovecharme así de Trace.
Prefería ponerse el bañador viejo, o no ir.
Si él se hubiera mostrado irritado o hubiera insistido más, ella se hubiera mantenido firme. Pero, en vez de eso, él dijo muy razonablemente.
-Me parece admirable, pero no quiero que empecemos el día mal. Si quieres, puedes pagármelo cuando empieces a trabajar. Además -añadió con cara de aflicción-, si lo devuelvo le daré un disgusto a Arthur.
-¿Qué tiene que ver Arthur con el bikini? -exclamó ella, extrañada.
-Su mujer tiene una tienda y anoche, antes de acostarme, le pedí que me trajese algún bañador. Esta mañana a las cinco y media, cuando ha empezado el turno, me ha traído varios para que eligiese.
Y tras una pausa añadió, burlón:
-¿Ves? Arthur y su mujer se han tomado muchas molestias para que tú y yo pudiésemos bajar a la piscina esta mañana... A menos que de verdad no quieras venir...
Ella trató de mentir, de decir que no le apetecía, pero sus labios se negaron.
El leyó la expresión de su cara y dijo:
-Bueno, ¿a qué esperamos?
-Voy a ponerme las sandalias.
Cuando el ascensor se detuvo en la zona de recreo, con alegres sombrillas y plantas para dar ambiente, vio que no había nadie más y que el bar estaba aún cerrado.
El agua color turquesa tenía un aspecto muy apetecible, la superficie Miley como un espejo.
Nick dejó las toallas y el albornoz en una tumbona y la sonrió. Llevaba un bañador negro que se le ceñía a las esbeltas caderas y realzaba la longitud de sus piernas.
-¿Una carrera hasta el otro lado? -sugirió él.
Ella, aunque sabía que no tenía ninguna posibilidad de ganarle, se acercó junto a él hasta el borde.
-Te doy una ventaja de diez segundos -ofreció él al tiempo que con una mirada de admiración recorría las curvas de su cuerpo.
Aquello significaba que la miraría mientras saltaba, pero no podía decir que no.
-¡Qué generoso por tu parte! -dijo bromeando.
Entonces estiró los brazos sobre la cabeza e, inclinándose, saltó al agua bastante bien para alguien falto de práctica. Unos segundos después, Nick surgió junto a ella y nadó a su lado con una brazada tranquila, sin esfuerzo. Llegaron a un tiempo.
-Justo a la vez -observó él mientras se sacudía el agua de la cara.
-¡Venga ya! -repuso ella con poca elegancia-. ¡Podías haberme ganado sin ningún esfuerzo.

-Siempre gano cuando quiero... -murmuró él fijando los verdes café en los suyos.
Molesta e hipnotizada por aquella mirada, Miley habló sin pensar.
-Entonces no habrás aprendido a ser un buen perdedor.
Él movió la cabeza.
-Enséñame un buen perdedor y yo te enseñaré un perdedor. Punto.
A ella le repugnó momentáneamente aquella crueldad y se apartó de él nadando a braza.
-¿Ya has tenido bastante? -le preguntó Miley un poco más tarde.
-Sí -admitió ella-, pero tú puedes seguir si quieres.
Él negó con la cabeza.
-No, me apetece un café.
El bar ya había abierto y en el aire flotaba el aroma del café y las tortitas. Tan pronto como se hubieron secado y sentado a una mesa, Nick se acercó al mostrador y volvió con dos tazas de café y dos bollos recién hechos.
-Mmm... ¡Qué bueno! -dijo Miley con admiración tras tragarse el último bocado- Y me ha encantado nadar un rato.
-¿Tanto como el jacuzzi? -preguntó él como si nada.
Ella se sonrojó como si la hubiesen metido en agua caliente.
A él le pareció gracioso y añadió:
-No hace falta que te pongas tan roja: ya había visto una mujer desnuda antes.
«A mí no», pensó ella.
-Y no es ningún crimen que te sueltes un poco el pelo.
Tal y como ella lo veía había sido soltarse mucho el pelo.
-No me acuerdo de casi nada -mintió ella con desesperación-. Quizá debiera haber seguido tu consejo y no pedir bourbon.
Él pasó por alto el comentario y continuó:
-¿Pero recuerdas como reaccionaste cuando te besé?
Ella dejó de fingir y respondió bruscamente:
-No volverá a pasar.
-Pareces muy segura.
-Lo estoy.
-¿Intentas decirme que no te gustó que te besara?
-Intento decirte que no estoy dispuesta a que se rían de mí.
-¿Reírse de ti? -repitió él lentamente. O sea que se iba a hacer el inocente.
-¿Por qué me diste ese beso?
Durante un instante, él adoptó una expresión de asombro e irritación. A continuación se borró de su cara toda expresión, salvo una de cierta cautela.
-¿Por qué un hombre le da un beso a una mujer?-le preguntó él.
-Tú eres el hombre aquí. Dímelo tú.
Con la mirada centrada en la boca de ella, él contestó:
-Normalmente porque no puede resistir la tentación.
-No creo que ese fuese el caso.
-No estimas tu atractivo en lo que vale, cariño. Y, por si no te acuerdas, estabas muy seductora...
Miley mordió el anzuelo y repuso:
-Lo que sí recuerdo es tu mirada de triunfo después.
-Eso casi parece una acusación.
-Lo es.
-¿Por qué? -preguntó él con los ojos encendidos
¿Qué esperabas? ¿Qué pusiese cara de decepción, o me quedase indiferente?
-No -admitió ella-. Pero pensé que simplemente estabas jugando... Intentando hacer que cayese a tus pies.
Nick lanzó una maldición a media voz. Aquella jovencita ingenua era más astuta de lo que él había pensado.
-¿Quieres decir que crees que voy haciendo una muesca en el cabecero de la cama cada vez que conquisto a una chica?
-Sí. Eso es exactamente lo que quería decir -entonces le pareció ver en la cara de Nick algo similar al alivio y añadió-. Excepto que no creo que de verdad tuvieras intención de llevarme a... -se detuvo ella sonrojándose.
-¿Llevarte a la cama? -añadió él-. Eres demasiado inocente, cualquier hombre con sangre en las venas querría hacerlo.
Tras hacer una reflexiva pausa, como si hubiera estado tratando de tomar una decisión, él estiró el brazo sobre la mesa y le tomó la mano a Miley.
-Sin embargo, tienes razón en una cosa: sí estaba intentando que cayeras a mis pies...

jueves, 14 de abril de 2011

Venganza Capítulo 4

-Encaprichada -la corrigió él.
-Pues a mí me ha dado pena.
-No tiene por qué dártela.
-Podrías haber sido más... -Miley se mordió la lengua. -¿Amable?
-Sí.
-¿Has oído alguna vez eso de cortar por lo sano? -le dijo él con cierta brusquedad-. A veces es lo mejor.
Ella se enojó consigo misma al ver que estaban discutiendo y enturbiando lo que podría ser un día maravilloso.
-Lo siento -murmuró-. No es asunto mío si quieres poner fin a la relación...
-No hay relación alguna a la que poner fin -se paró de golpe y la agarró por los hombros sin suavidad alguna. Entonces la miró a los ojos y dijo con calma-. En vez de sentir pena por ella podrías ponerte en mi lugar: jamás le he dado esperanzas, todo lo contrario, y aun así me ha estado persiguiendo durante meses.
-Lo siento, no me había dado cuenta -repuso Miley.
Pero él no había terminado.
-Durante toda su vida su padre le ha comprado cada cosa que quería. Incluso intentó comprarme a mí. Cuando descubrió que no podía, la envió a Europa seis meses... Por desdicha no parece haberle hecho el efecto deseado.
-Lo siento -repitió Miley.
Él la soltó y dijo con un corto suspiro:
-Ahora, ¿por qué no nos olvidamos de esto y seguimos con nuestra visita turística?
Ella no podía estar más de acuerdo.
El tiempo era cálido y seco, pero, aparte de un par de recorridos en taxi, siguieron caminando durante horas. Recorrieron el centro haciendo zigzag desde la catedral de San Patricio al parque Battery, con su hermosa vista de la Estatua de la Libertad.
Nick demostró ser un guía excelente además de un acompañante divertido e interesante con un buen sentido del humor, a veces un tanto irónico.
El edificio Empire State, el bohemio Grenwich Village, el barrio chino, lleno de tiendas exóticas y cabinas de teléfono con adornos de pagoda, la Pequeña Italia y la conocida Wall Street ya no eran sólo nombres para Miley: eran lugares reales en los que había estado y de los que sabía cosas.
Estaba emocionada y no intentaba disimularlo. Saltaba de alegría. Si Miley la consideraba poco sofisticada, ¿qué importaba? Además su alegría debía de ser contagiosa porque él parecía disfrutar de todo tanto como ella.
Y, en general, había llevado bien el estar tan cerca de él. Si en algún momento el roce de su mano o una de sus miradas la habían desconcertado, creía que lo había disimulado bien.
De camino hacia Broadway, que recorría todo Manhattan de norte a sur, para sorpresa de Miley, pararon en la terraza de un café para tomar algo frío.
-Incluso cuando se ponga el sol seguirá haciendo mucho calor.
-No me importa -le dijo ella con alegría-. Por suerte siempre he aguantado bien el calor.
-¿Todavía no estás cansada?
Ella negó con la cabeza.
-Entonces tienes que ver la parte alta de Broadway y Times Square por la noche... Pero, antes de seguir, ¿por qué no comemos algo? ¿Te gusta la pasta?
-Me encanta cualquier tipo de pasta -dijo sin dejar lugar a dudas con su entusiasmo.
-Gracias a Dios que no eres una de esas mujeres que viven a base de lechuga -dijo él con tal fervor que Miley se preguntó si su última novia habría sido de esa clase de mujer.
Volvieron a internarse en el barrio italiano y pararon en Mamma Mia, un entrañable restaurante con manteles de cuadros rojos y velas en botellas de vino.
La robusta propietaria saludó a Nick como si fuera un viejo amigo y les sirvió enseguida un par de platos de humeante spaghetti y una botella de vino tinto, mientras un hombre narigudo y con bigote tocaba la guitarra para entretener a los clientes.
Era un local romántico y animado y, aunque estuvo de acuerdo con Nick en que era demasiado típico, a Miley le encantó y se lo dijo.
-A mí también -dijo él sorprendentemente-. Vengo aquí cuando necesito un cambio radical.
Para cuando acabaron el café, el cielo ya estaba oscuro y, como él le había advertido, aún hacía calor. Tomaron un taxi que les dejó en el corazón de la zona de los teatros.
Tras una larga visita a pie, en que Miley descubrió que las luces y el neón eran aún más espectaculares de lo que ella había esperado, pararon a beber algo en un tranquilo bar.
Al sentarse, la fatiga cayó sobre Miley como una avalancha. Pero era puramente fisica: su mente aún se agitaba.
Nick, notó ella con admiración, no sólo parecía aún alerta sino lo suficientemente fresco como para correr una maratón.
-¿Qué quieres tomar? -le preguntó éste sonriendo. Miley trató de ocultar el hecho de que no tenía ni idea de qué beber y le preguntó:
-¿Qué vas a tomar tú?
-Bourbon con hielo.
-Suena bien -dijo ella con desenvoltura.
-No es muy recomendable para bebedores novatos.
 ¡Ya estaba tratándola otra vez como a una niña!
-¿Qué te hace pensar que soy una novata?
 Él se encogió de hombros y dijo:
 -En ese caso, dos de bourbon, por favor.
Un sorbito del líquido ámbar la convenció de que mejor hubiese pedido limonada pero no estaba dispuesta a admitirlo. Adoptó un aire mundano y esperó a que el hielo se fundiese y suavizase la bebida.
Su estrategia no engañó a Miley que, con un brillo travieso en los ojos, le preguntó:
-¿Qué te parece comparado con el escocés?
Ella se negó a morder el anzuelo e intentó cambiar de conversación.
-Eso que acabas de decir ha sonado muy inglés. ¿Pasaste allí mucho tiempo?
-Me eduqué allí.
Ella quería saber más y le preguntó:
-¿Tu familia viene de Inglaterra?
-Sí, mi abuelo era de la zona central. Tras emigrar a Estados Unidos y hacer algo de dinero fijó su residencia aquí en la costa este y empezó a crear un imperio que incluía negocios navieros, inmobiliarios e industriales. Aunque sé casó y vivió aquí en América muy feliz, siempre siguió pensando que las universidades británicas eran las mejores del mundo. O sea que mi padre, que era hijo único, estudió en Oxford.
-Y tú seguiste sus pasos. Es una especie de tradición familiar, ¿no? ¿Tus hermanos también fueron o eres hijo único?
Aquella inocente pregunta tuvo un efecto devastador.
Miley observó que su expresión cambiaba y que apretaba la mandíbula. Tras unos segundos de silencio contestó:
-No. Tenía una hermana.
Miley reparó en el tiempo pasado y adivinó una historia triste. Buscó desesperadamente algo que decir para cambiar de tema cuando él intervino bruscamente:
-Debes de estar cansada. Será mejor que nos vayamos a casa.
Paró un taxi y durante todo el camino, Quinta Avenida abajo, se mantuvo callado y distante.
Sin embargo, para cuando llegaron, la rigidez se había borrado de su rostro.
-No sé cómo darte las gracias -le dijo ella tras entrar en el aparentemente vacío apartamento-. Me lo he pasado muy bien.
-Yo también -dijo él pareciendo sincero.
Entonces notó la cara de sorpresa de ella y admitió un tanto irónicamente:
-Últimamente me he dado cuenta de que me aburren las mujeres sofisticadas a las que sólo les interesa el aspecto que tienen, mujeres que han perdido la habilidad de ser ellas mismas y de disfrutar de la vida. ¿Qué quieres beber antes de irte a la cama?
La verdad era que no le apetecía nada, pero el deseo de permanecer junto a él un rato más era demasiado fuerte.
-Lo mismo que tú -dijo sin pensárselo, añadiendo luego más calmada-. Y luego una ducha fría antes de acostarme.
-Tengo una idea mejor que una ducha. Espera un momento...
Y desapareció para volver de la cocina con una bandeja en la cual había una botella de champán, zumo de naranja y dos copas.
La tomó de la mano y la condujo hacia una pared de cristal al fondo del gimnasio. A Miley le temblaban las rodillas.
-Hazme el favor de apretar ese botón.
Cuando ella lo hizo los paneles de cristal se hicieron a un lado para dejar entrar el aterciopelado aire de la noche.
A la derecha de la terraza había una mesa baja y dos hamacas y, en el centro, una pequeña piscina. La luz jugueteaba en su superficie. Hasta sus oídos llegó el relajarte murmullo de las burbujas en el agua.
-Un jacuzzi -le dijo a Miley al tiempo que dejaba la bandeja en la mesa.
Al darse cuenta de lo que él tenía en mente, y sofocándose de pronto, Miley le dijo con cierta inseguridad:
-Ya sé lo que es un jacuzzi.
-¿Pero lo has usado alguna vez?
Ella respondió sin admitir que ni siquiera había visto uno hasta ese momento:
-Bueno, no.
Él volvió a entrar en el gimnasio para volver con dos albornoces.
-Pues esta es tu oportunidad. Ya verás lo refrescante que es.
-Pero... Es que no tengo bañador -le dijo ella a media voz.
No era exactamente verdad: tenía uno, pero era uno viejo que se había comprado cuando aún estaba en el colegio. Y no quería que él la viese con aquel harapo.
-Nena -dijo él cáusticamente-, lo último que necesitas es un bañador. Sólo tienes que quitarte la ropa y meterte en el agua.
Por supuesto que nadie iba a verla: estaban en un ático. Pero ese no era el problema.
-A menos que te dé vergüenza...
Dijo aquello en un tono que dejaba claro que le parecía pacato el que no quisiera desnudarse. Mientras ella buscaba alguna respuesta que no la hiciese parecer demasiado puritana, él le aseguró:
-Si quieres no miro. 
Ella aún dudaba.
-Bueno, ¿a qué esperamos? -dijo él mientras se quitaba la camisa.
Y Miley vio el inconfundible brillo del desafío en sus ojos.