Miley miró en la dirección que Nick le indicaba y descubrió una isla verde y alargada. Al ir bajando en círculos vio entre los árboles algo que parecía un castillo de piedra gris claro, con torres, almenas y todo. Estaba construido alrededor de un patio cuadrado.
Aunque había pensado que el Castillo de Jacob era un nombre raro para un hotel no había esperado que, en medio de aquel paisaje, también lo hubieran construido a semejanza de un castillo real.
No había ningún signo de vida alrededor cuando aterrizaron en el patio. Nick salió y le tendió la mano a Miley para ayudarla a bajar. Ella se agachó y corrió entre el ruido ensordecedor y el torbellino de aire que le enredaba el pelo y desordenaba la ropa antes de, estando lo suficientemente lejos, se volvió para mirar atrás.
Nick estaba hablando a gritos con el piloto mientras descargaba el equipaje. Tan pronto como las maletas estuvieron ya en tierra el piloto se despidió amistosamente y el plateado aparato se elevó sobre las copas de los árboles hasta desaparecer.
Hacía calor incluso a la sombra y Nick se deshizo el nudo de la corbata y se la quitó para abrirse el cuello de la camisa.
Miley tragó saliva con los ojos fijos en aquel pilar moreno de su garganta.
A él, al ver aquel pequeño acto reflejo, le chispearon los ojos. Ella apartó los ojos rápidamente y empezó a observar el entorno. Tras el ruido y el desorden que había creado el helicóptero todo parecía muy silencioso y extrañamente tranquilo.
-Se diría que estamos solos en la isla -comentó ella con desenfado.
-Y lo estamos -dijo él con una blanquísima sonrisa.
-Estás de broma, claro -le respondió ella dándose cuenta mientras lo decía de que no era así-. El hotel... -empezó a decir débilmente.
-No es un hotel, es una casa -dijo él.
Tomó entonces el equipaje y se dirigió cruzando el patio hacia una gran puerta con remaches y dos ventanas de vidrio emplomado a los lados. Las fuertes contraventanas a prueba de huracanes estaban abiertas.
-Cuando mi padre lo compró hizo que se modernizase un ala para usarla como casa de verano.
Y ahora era Nick quien poseía la isla entera.
-Pero es tan.., extravagante -protestó ella.
-Sí, no se puede decir que sea normal -afirmó él-. Pero Jacob Stein era un excéntrico, un millonario preocupado por tener intimidad y seguridad a un tiempo. En los años veinte compró la isla y construyó este edificio, que inmediatamente empezaron a llamar el Castillo de Jacob.
-¿De dónde sacó la piedra?
-Es coquina, roca de coral –repuso Nick al tiempo que depositaba las maletas en el suelo e introducía una ornamentada llave en la gran cerradura-. Tendrás que tener cuidado de no rozarte, es muy áspera. Excepto en el suelo, en que ya se ha pulido poco a poco.
Abrió la puerta de par en par y entraron a la amplia sala central, tan ancha como la casa, y con las vigas de madera vistas.
Miley miró a su alrededor, tan atónita como parecía. La sala estaba acondicionada como comedor y sobre la mesa había un cuenco con orquídeas.
Con los ojos fijos en las exóticas flores y tratando de entender algo, Miley le preguntó:
-Pero, si no hay nadie en la isla, ¿quién cuida de todo esto?
-Una empresa de servicios que hay en Cayo Largo. También pueden enviarme personal doméstico si hace falta pero como estamos de luna de miel -le dijo con un acento más sureño que nunca y con una mirada que hizo estremecerse a Miley- he pensado que sería mejor estar completamente solos.
Y después añadió en un tono más vivo:
-¿Te gustaría echar una mirada a la planta baja antes de que suba las maletas?
Ella lo siguió a través de una serie de habitaciones con paneles de madera en las paredes y altas ventanas, con chimeneas adornadas con flores y mobiliario moderno, cómodo. La cocina, perfectamente equipada, podría haber sido la de cualquier apartamento de Nueva York.
-Aún no entiendo cómo te las arreglas aquí -le dijo ella con el ceño fruncido--. ¿De dónde sacas el agua y la electricidad?
-Hay un generador y dos depósitos de agua que siempre mantienen llenos -respondió él-. ¿Lista para ver el piso de arriba?
Tras recorrerlo, Miley siguió a Nick hasta el dormitorio principal y mientras él se ocupaba de las maletas, ella se acercó a una de las ventanas, que habían dejado abierta para que entrase la cálida brisa. Se acodó en el borde de la ventana y contempló el paisaje.
Había una vista maravillosa: vegetación subtropical en la playa, y el sol poniente luciendo sobre el azul mar mientras las altas palmeras proyectaban su larga sombra en la arena. En la distancia se veía el aplastado volumen verde de otra isla...
Dio un salto al notar que Nick se había acercado en silencio por detrás. La atrajo hacia sí para pegar la espalda de Miley a su musculoso cuerpo y deslizó las manos hasta tomar en ellas sus pechos.
Su boca subía y bajaba seductoramente por el cuello de Miley, besando y mordisqueando la sedosa piel. Entonces una de sus manos abandonó el pecho para, tras desabrocharle con habilidad el botón de la cinturilla de la falda, introducirse bajo ella y acariciarle el liso estómago. Después se abrió un sensual camino hacia los muslos.
Aquel no era un jovencito torpe e inexperto, pensó ella. Aquella abrasadora caricia a través de la fina ropa interior la hizo temblar con su promesa de un placer que sólo podía imaginarse aún.
Continuó estimulándola hasta que un torrente de fuego le corría por las venas y le hizo marearse de deseo. Pero en vez de seguir para satisfacer la necesidad que había creado, de repente se detuvo y apartó las manos de ella. Y el sólido cuerpo que la había estado apoyando se alejó.
Miley se volvió con un murmullo de decepción subiéndola por la garganta. Lo miró y observó una sonrisa de irritante ironía y lástima en su cara. Sabía exactamente lo que le había hecho sentir.
¿Pero por qué le hacía eso a ella? ¿Para castigarla? ¿Pero, por qué? ¿Para hacerla suplicar? Si era así, era una conducta impropia de un hombre que la amase.
Si es que la amaba. Aunque había hecho todo lo posible por enterrar sus dudas, estas persistían en acudir a su mente. ¿Pero si no la amaba por qué había insistido en casarse con ella? Aquella pregunta sin respuesta no desaparecía de su mente. Aunque lo amaba, él era, en muchos aspectos, todavía un enigma para ella.
Y, aún resentida por el poder que ejercía sobre ella, por la forma en que la había excitado deliberadamente, se juró que no le suplicaría y comentó con tanta desenvoltura como pudo:
-Supongo que debería deshacer las maletas.
-Mientras lo haces voy a comprobar si el generador funciona bien. A veces puede dar algún susto -fue todo lo que él repuso.
Se quitó la ropa para ponerse otra más cómoda mientras Miley colgaba en el armario lo que había metido en la maleta la señora Kirk que, con un total desprecio por el estilo o el precio, había mezclado sus sencillas ropas viejas con las nuevas.
Antes de salir, Nick se volvió y le dijo educadamente:
-Debes de tener hambre. Cuando hayas terminado baja a la cocina: los encargados ya han dejado una comida preparada.
Tras haber colgado su propia ropa continuó con la de Nick, en parte por hacer tiempo, ya que no tenía demasiadas ganas de verlo. Cuando hubo terminado con la ropa de la maleta tomó el traje que se acababa de quitar y que había dejado sobre una silla. La corbata estaba metida en el bolsillo de la chaqueta y, al tirar de ella, salió también una bola de papel que cayó al suelo.
Tras colgar el traje se agachó a por la pelota de papel y, al dejarla sobre la cómoda, reparó en su nombre escrito en el papel. Lo estiró y vio que era un fax dirigido a ella y la hora de envío eran las nueve y media de aquella misma mañana. El mensaje era claro y conciso:
‘Miley, por lo que más quieras, no te cases con Jonas. Salgo para casa inmediatamente. Te lo explicaré todo en cuanto llegue’.
Y lo firmaba Trace.
Con la vista aún clavada en el papel, comprendió que todas sus dudas y temores estaban justificados. Ocurría algo grave. Si no, ¿por qué iba Trace a enviar ese mensaje y por qué iba Nick a esforzarse tanto en ocultárselo?
Un leve ruido la hizo levantar la vista. Él estaba en el umbral de la puerta, con el pelo revuelto y un mechón cayéndole sobre la frente. Sonriendo dijo:
-Me estaba preguntando dónde te habías metido...
-dijo deteniéndose y perdiendo la sonrisa al ver la cara de ella-. ¿Qué ocurre?
Ella le mostró el fax sin decir palabra.
Por un segundo, él se quedó visiblemente atónito.
Después disimuló la rabia y el desánimo y, alzando las cejas con ironía, preguntó:
-¿Estás ejercitando lo que las mujeres consideran una prerrogativa de la esposa?
-Si te refieres a si te he estado registrando los bolsillos, la respuesta es no. Al sacar la corbata del bolsillo de la chaqueta salió esto.
-Ha sido una tontería meterlo ahí.
-¿Por qué no me lo has enseñado? Tenía derecho a verlo.
Y él, sin un ápice de arrepentimiento, admitió:
-No quería que te entrasen dudas de última hora y se estropeasen todos nuestros planes.
Ella reflexionó unos instantes antes de encajar todas las piezas.
-¡Me apuesto cualquier cosa a que ni siquiera habías intentado ponerte en contacto con él! Sabías que se opondría a la boda y preferías hacerlo a sus espaldas.
-Era la opción más sencilla. ¿De verdad te importa el que lo apruebe o no?
-¡Sí, sí me importa! Es mi hermano y lo quiero.
-¡Pero si ni siquiera lo conoces!
-Ni más ni menos de lo que te conozco a ti -terminó ella, irritada por sus palabras.
-Bueno -dijo él con una chispa en los ojos-, hay una forma de que nos conozcamos mejor.
Pero cuando trató de besarla, ella se mantuvo rígida y apartó la cabeza.
-Quiero saber qué sucede entre Trace y tú.
-¿Nunca has oído hablar de la rivalidad natural entre los machos? -dijo él medio en broma.
-Sí, pero tiene que haber algo más.
-Está bien: nos odiamos a muerte.
-¿Por qué?
Él comenzó a besarle suavemente la mejilla.
-Esta es nuestra noche de bodas. Tenemos cosas mejores que hacer que hablar.
-Quiero saberlo -insistió ella obstinadamente.
-Te lo contaré todo mañana.
Ella lo miró fijamente a las pupilas.
-Ahora.
Una vez más una rabia rápidamente enmascarada apareció en sus ojos.
Irónicamente, le dijo:
-Se me olvida que eres joven e impaciente... -y añadió bajando la voz-. Pero no me digas que no estás aún más impaciente por otras cosas... más excitantes. Él la atrajo hacia sí y Miley empezó a temblar al notar el calor de su cuerpo. Una mano subió por su cuello y le echó hacia atrás la cabeza y un segundo más tarde sus bocas se habían unido en un beso profundo, con una apasionada concentración que pareció fundirle los huesos.
Pero parte de su cerebro continuaba intacta a aquellas sensaciones, consciente de que intentaba dominarla con su maestría.
Lo deseaba, lo deseaba como no había deseado nunca. Pero no a cualquier precio. Quería ser tratada como un igual y no pensaba dejar que usase el sexo para subyugarla.
Abrió los ojos y puso toda su voluntad en resistirse a aquella dulce droga.
Él lo percibió inmediatamente y, agarrándola de los brazos, le susurró:
-No te resistas, Miley.
Aquella mirada heladora la hizo asustarse, pero logró decir:
-No quiero que me trates como si fuese un objeto sexual sin cerebro.
Terminó la frase con un gritito porque sus dedos se cerraban con más fuerza alrededor de los brazos de Miley.
-¿Cómo quieres que te trate? -preguntó él con una tensa calma.
-Con respeto.
Un asomo de algo que podía ser admiración apareció brevemente en los ojos de Nick.
-Tengo derecho a saber qué problema hay entre tú y Trace y por qué no quería que nos casáramos -dijo ella con la cara pálida y la voz firme.
-Muy bien, te lo contaré -accedió él al fin reduciendo la presión de los dedos y liberándola-. Te sugiero que te sientes. No es una historia bonita.
El siguiente xfavoooorrrr!!!! Estoy ansiosa y deseosa por leer el siguiente cap!!! Xfis!!!
ResponderEliminarnoooooo como lo dejas asi
ResponderEliminarsube inmediatamente
jaja sin presion
chan chan
me encanto
espero y subas pronto me encanta la nove
cuidate bye